Quizá algunos privilegiados de los que me escucháis hoy, en este acto de inauguración (y ya van diecisiete promociones), hayáis visto, con vuestros propios ojos y total certidumbre, el objetivo de vuestra vida: aquello a lo que sabéis que ha de estar dedicada y sin lo que os sentiríais en esencia frustrados. Se trata de un codiciable don o de una codiciable conquista. Pero a partir de ellos, hay que hacer todo lo demás, que es justamente todo. A menudo se identifica la meta adivinada con su consecución, y el ardiente deseo de llegar con la satisfacción de haber llegado. Sin embargo, la vida es dinámica pura, tensión, progreso, intensidad, impaciencia, ascenso, impulso, respuesta sucesiva. Aquel que se siente está perdido; aquel que se contente no tendrá más que aquello que le produce su contento.
Allá lejos vemos la montaña: para unos, el libro que está por escribir; para otros, el cuadro por pintar o la pieza por esculpir; para otros, la música por componer… es decir: la obra por crear. Hay días en que nos parece irreal, como un telón de fondo imposible. Hay días en que la percibimos entre brumas, velada y más distante que nunca. Hay días en que la vemos clara y radiante, maternal e invitadora… Allá está la montaña, vuestra obra por crear, coronada por la alta cima. Alguno sabe que su destino es ascender a ella, y se solaza con la ilusión. Pero el ascenso no se reduce a proyectar el día de la partida, los planes, las etapas, las cuerdas. Hay que ponerse en marcha: levantarse y marchar. Hoy, para muchos de vosotros, podría ser ese día.
Lo primero es abandonar el valle conocido y complaciente. Preguntar a los prácticos por la única o las diversas veredas de la aproximación. Comenzar el trabajo, por una u otra cara. Dejar atrás los caseríos que nos invitan a descansar. Seguir de día y de noche la vocación de la difícil cima, con tanta frecuencia oculta. Dejar atrás las navas donde la vida es fácil, y donde habitan nuestros antecesores rendidos, o resignados, o conformes con lo que consiguieron. A veces nos dará la sensación de que nada hemos adelantado, sino que, sin saber cómo ni por qué, retrocedimos. Son las peores tentaciones: flaquear, tirarlo todo al abismo, volver a la tibieza y a la comodidad.
Para evitarlas, desde el principio, el deseo de la ascensión ha de ser vuestro, resueltamente nacido de vuestro corazón; si no es así, no subiréis jamás. Un deseo rotundo, positivo y flamígero, seguido de un esfuerzo que, en muchas circunstancias, juzgaréis más grande que vuestros propios bríos. Se precisa un compromiso y una involucración apasionados, y la asistencia de los guías mejores (aquí los tendréis), y toda la sabiduría que sólo da el camino, y el mayor autodominio para apretar los dientes y proseguir. Porque son muchos los convocados por la señera gloria de la cima, pero nunca muchos los que acaban por poseerla. Algunos de los que por aquí han pasado lo han conseguido. Hay que destruir lo que os impida emprender el ascenso; barreras que hay que romper también –ignorancias ajenas, recelos, prejuicios, mezquindades-, porque, si no, os impedirán la victoria. Y tendréis que aprovechar, más aún que la ajena, vuestra improvisada experiencia. La revolución que la escalada significa la deberá hacer cada uno contra las opresiones, y el falso dominio, y el falso amor, y las envidias, y también contra la autosatisfacción.
Equipados de este modo (aquí os ayudaremos en esa ardua tarea), comprobaréis que vuestra fuerza crece a medida que subís, como si la cima os atrajera. Y es que os atrae, y que os acercáis a ella como el hierro al imán. Ella será la fuente de vuestro entusiasmo y de vuestra abnegación. Y cuando lleguéis a la cima, acto continuo, volveos hacia los que aspiran a llegar, y entregadles, para confortarlos y auparlos, el tesoro de vuestro conocimiento y de vuestro estímulo (recordad el lema de la Fundación: pone me ut signaculum super coor tuum, ponme como una señalita sobre tu corazón. Tal como han hecho los que, antes que vosotros, han pasado por esta casa, que a partir de ahora es también la vuestra.
Bienvenidos, y, sobre todo, que seáis felices aquí.