Mi indeseable mala salud hace que me apoye en la Fundación como mi debilidad en mis bastones desde hace muchos años. Esta casa es más que todas las otras, la mía. La juventud de sus habitantes me rejuvenece y su esperanza, que fue antes mi esperanza, me lleva algo más que de la mano, por las secretas vías que son las nuestras ya: en el pasado en mi caso; en el futuro, en el de mis jóvenes creadores.
La fraternal reciprocidad hace que yo me enriquezca, al final, más que los jóvenes. Ver y admirar su quehacer hace que recuerde el que fue mío, y me permite esperar su llegada -no a mi altura, sino a mi nivel- con la esperanza más abierta y la memoria preparadora. No sois mis hijos, sino mis amigos, es decir, mi esperanza: no tengo otra. Y me ha llegado la hora de recibir, con los brazos más que abiertos, lo que traté de merecerme por vía personal. Ahora lo recibo por vuestras vías, inimaginables a la salida, pero ya unidas a mi corazón.
No hay nada que multiplique más que distribuirse entre quienes admiramos: por eso os elegí y me puse a vuestra disposición como un simple material de trabajo. «Haced conmigo lo que se os antoje: a vosotros me he abandonado. Soy gubia, pincel, palabra, nota entre vosotros. Os recibí en nuestra casa y en ella, esperándoos, os dejé mi herencia. Aprovechad lo que os venga bien. Y guardad mi nombre bajo el vuestro como un íntimo secreto de nuestros corazones».
Gracias por venir. No os vayáis nunca. La Fundación es vuestra.
Antonio Gala