El arte más profundo -que no coincide siempre con el más hermético- es la expresión de lo que, de otro modo, no podría expresarse. Se nutre de lo inasible. Su práctica es inefable. Trata, a tientas, de poner puertas al campo, y de enmarcar el universo. Trata, a fuerza de severos halagos, de domesticar a la Quimera. Todo arte es el despliegue de una dominación. Sin embargo, por una parte, la realidad es de un entreverado menos simple; por otra, el poder en que el arte consiste es un desvalimiento, ya que supone a la vez una iluminación y una tiniebla previa. Crear es conseguir que una centella atraviese la noche; que un rayo rasgue el ancho pecho negro de la noche. En tal epifanía, de donde brota la luz es de la oscuridad. Y no la contradice, sino que la consuma. Pero hoy, por fortuna, no necesito plantearme ni plantearos esos arduos problemas. Sólo deciros cuánta alegría siento al presentar esta exposición, en la que expongo las más íntimas y queridas entretelas de mi corazón. A vuestro alrededor están algunos cuadros de las nueve primeras promociones de pintores de la Fundación para jóvenes creadores. Son producto de una selección, entre muchos otros: inevitable, pero sin duda discutible. Junto a estos pintores que hoy, por primera vez, juntos, se presentan, transcurrieron otros artistas que escribían, pintaban también, esculpían, modelaban, componían música… Y, sobre todo, se miraban unos a otros hacerlo. Es decir, convivían. Porque este es el fin de la Fundación: convivir. Y enriquecerse y multiplicarse con la convivencia. Habitar en una perpetua fecundación cruzada. El arte es una forma de amar -sobre todo para mí-, de conocer, de entregarte, de acariciar, de aprender, de aprender… No es un refugio frente a nada. Ver la vida artísticamente no es cegarse a ella, sino verla más clara. El artista no vive para expresarse: se expresa para vivir más y, de rechazo, contagiar más vida a los demás. Crear no consuela de nada, no cura, sino reabre las heridas. Es una llaga nueva por la que, como por un ojo, se ha de ver todo de nuevo; por la que, como por una boca, se ha de cantar todo de nuevo; por la que, como con un pincel, se ha de pintar todo de nuevo… Y, sin embargo, paradójicamente, un arte que no sirva para agrandar la vida, ni siquiera será arte: no será nada, nada; la vida tiene siempre razón. No es sagrado lo que separa a los hombres ni lo que destruye el fervoroso goce de vivir. Pero, para algunos seres, arte y vida son dos nombres de la misma ansiedad y el mismo júbilo. Para algunos seres, arte y vida son conceptos idénticos. Aunque el arte les duela sin remedio en la mismísima médula de los huesos. Eso les sucede a los jóvenes de la Fundación (a los que veis y a los que no veis), cuyo lema es un verso del Cantar de cantares: “Ponme como una señal sobre tu corazón”.
Antonio Gala