De acuerdo con la medida excepcional de Pedro Sánchez, todos los trabajadores de actividades no esenciales debían quedarse en casa durante dos semanas. Dos semanas que se convirtieron en cuatro, seis, siete. Una vez eliminada la posibilidad de salir, la residencia artística fue más fiel a lo que una vez Antonio Gala concibió para nosotros: las fecundaciones cruzadas ocurrían a diario, mientras tomábamos el sol o bailábamos en el claustro.
Dentro de estas páginas, los residentes de la decimoctava promoción, los que vendrán después y los que pautaron el camino antes de nosotros, encontrarán una ventana al hogar que construimos aquí durante el tiempo de encierro.
Los textos e ilustraciones -reflexiones hechas a propósito del coronavirus- van dedicados a quienes hicieron posible nuestra permanencia en la Fundación y apostaron por lo inútil que podría parecer materializar una obra de arte, escribir un libro o planear exposiciones durante la pandemia. Lo que podría ser menos esencial se vuelve motor de nuestra supervivencia. Al resto del mundo le robaron la vida y los planes. A nosotros nos dieron un regalo: el privilegio de seguir haciendo de las actividades no esenciales un refugio y cumplir el deseo de dedicarnos siempre a la creación.