Jano, el dios de la guerra, ostentaba dos rostros: uno miraba al ayer, y otro al mañana; el segundo es el vuestro. Adelante. A trabajar con una meticulosa precisión, porque, si los fines son nuevos, no menos nuevos habrán de ser los métodos. Recordadlo: “al andar se hace camino”; a medida que avancéis, lo iréis allanando y convirtiendo en practicable para quienes os sucedan. El tiempo es quien dispone, y os está señalando con el dedo. Vosotros sois los amos del futuro: que nadie os lo arrebate ni os lo hipoteque.
No me gusta la gente que, sin moverse, se imagina glorificada en el futuro porque lo sueña así. Me gustan tan poco como los que se reducen a dormir sobre los laureles de su ayer. A ambos, el tiempo los separa de lo que podrían ser. Por eso, os habéis de incorporar en todos los sentidos, y llamar al futuro e invitarlo a presentarse, o sea, a transformarse en presente. Hay que recibir a voces el mañana, que será el día triunfal si desde hoy lo planeáis. Pero no es posible vivir en el mañana con el alma de ayer, con las malicias, las basuras, el egoísmo y los odios de ayer. El mañana ha de escribirse con rectitud y generosidad, sin rastros vetustos que lo impurifiquen. Y no hay que tenerle miedo. Quien se lo tenga y prefiera seguir atado al pretérito, que se quede en tierra. Los demás, libres y ligeros de equipaje “como los hijos de la mar”, a embarcar y a embarcarse. A corazón abierto. A cuerpo limpio. Avanzando hacia vuestra mejor propiedad, que es el futuro.