Atendiendo siempre a los distintos procesos que utiliza la creación para sobrevenir, me tentó desde muy joven mirar a los creadores no literarios, cuyos medios de manifestación son la plástica o el ritmo, el volumen o el tiempo. Siempre soñé con conocer los caminos de quienes no escribían ni necesitaban la palabra como medio expresivo de su arte. En mi pensamiento, habían de ser eficaces para mi multiplicación y mi enriquecimiento. Me atraía una especie de comunidad pitagórica en que, creadores de diversos orígenes, produjeran entre sí una especie de fecundación cruzada que los hiciese crecer recíprocamente y adentrarse en el entusiasmo donde la creación reside.
La Fundación no es más que el resultado de estos viejos deseos. En ella, los jóvenes creadores de la décimo cuarta promoción han trabajado aislados y reunidos a la vez, intercambiando experiencias entre ellos: los pintores, el músico, los escritores… Se han animado unos a otros, se han elevado, se han trasladado sus respectivos raptos, y así la convivencia ha sido -espero- feliz, tensa, fructífera y alegre. Porque para convivir no se ha de estar ensimismado, y menos aún fortificado, sino abierto y ofrecido; no al margen de lo que ocurra a su alrededor, sino como un fruto que va madurando en un roce con otros, animado por otros, golpeado si es preciso por otros, una vez suscitado por su curiosidad y sus incentivos. La revolución de cada espíritu, si es compartida, es más productiva y menos árida. El principio de los vasos comunicantes también actúa en las mentes y en las almas. La soledad colaboradora, en compañía a ciertas horas, es aún más colaboradora. La desesperanza, que a veces nos asalta, se atenúa entre trabajadores a los que impulsa idéntica esperanza… Este libro que tenéis en la mano es la prueba de todo ello.
Antonio Gala