El fin de la Fundación es convivir. Y enriquecerse y multiplicarse con la convivencia. Habitar en una perpetua fecundación cruzada. El arte es una forma de amar –sobre todo para mí-, de conocer, de acariciar, de aprender. No es un refugio frente a nada. Ver la vida artísticamente no es cegarse a ella, sino verla más clara. El artista no vive para expresarse: se expresa para vivir más y, de rechazo, contagiar vida a los demás.
Crear no consuela de nada, no cura, sino reabre las heridas. Es una llaga nueva por la que, como por un ojo, se ha de ver todo de nuevo; por la que, como por una boca, se ha de cantar todo de nuevo; por la que, como con un pincel, o un bolígrafo, o una partitura, se ha de pintar o escribir o musicar todo de nuevo. Y, sin embargo, un arte que no sirva para la vida, ni siquiera será arte: no será nada, nada; la vida tiene siempre razón. No es sagrado lo que separa a los hombres ni lo que destruye el fervoroso goce de vivir. Pero, para algunos seres, arte y vida son dos nombres de la misma ansiedad y el mismo júbilo. Para algunos seres, arte y vida son conceptos idénticos. Aunque el arte les duela sin remedido en la mismísima médula de los huesos.
Eso les sucede a los muchachos de la Fundación (la decimotercera promoción ya), cuyo lema es un verso del Cantar de cantares: “Ponme como una señal sobre tu corazón”. Su paso por ella ha transcurrido mientras escribían, pintaban, esculpían, componían música… Y, sobre todo, se miraban unos a otros hacerlo. Es decir, convivían.
Antonio Gala